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Consumo: la invitación al delito

Por Mauro Elizondo

Brillaban los ojos del muchachito al recibir la invitación que por tanto tiempo añoró desde su almohada. Invitación perfumada, adornada de colores y luces inmensamente profundas.

Imaginó en ensueños hermosos aquel día en el que participaría de la fiesta del consumo. Al fin llegó ; los deseos de su mente se concretaban, ahora sería parte de aquel inmenso festín, al que llegó con todas las dificultades. Como niño en juguetería entró en aquella ingente mansión. Sí, era tal como la había imaginado ; paredes relucientes en donde colgaban sus cadenas, relojes, anillos. Salas sumamente engalanadas con adornos lujosos.

Con la frente en alto se miró en el espejo que estaba en el centro de la sala, orgulloso miró sus ropas nuevas y se dirigió a aquella larga mesa donde se encontró con señores de fisonomías serias y vestidos de traje, desconocidos con vendas en los ojos, hambrientos con sueños lánguidos que brotaban de sus entrañas (tan parecidos a él).

El muchacho miro en redor; ¡Estaban todos! Los ídolos del mercado, sus modas… Susurros incesantes ¡Ofertas! ¡Ofertas! Fugacidades sin retorno.

Carteles charlatanes, vendedores detrás de cristales (¡Metrallas publicitarias!). De repente vio una silla vacía y no perdió la oportunidad, con cautela, en silencio se sentó. Al alcance de la mano habían copas, bebidas importadas, así que bebió, bebió de sus copas embriagadoras y quedó satisfechamente ebrio.

Los invitados seguían llegando, la demanda no daba abasto ; sonó una campana, y los mozos (los llamaban norteños) avisaron que servirían el plato fuerte. Los aromas empezaron a rondar, aromas exquisitos oscilaron su nariz ya seducida.

Los gritos de oferta no cesaban, los platos estaban servidos, su boca se hizo agua. Después de tanto esfuerzo y paciencia tuvo en sus manos las delicias con las que tanto había fantaseado desde su lecho.

A punto de morder la exquisitez que la mayoría ya saboreaba, los gritos empezaron a caer; ¡Un forastero! ¡Un forastero! Llegaron los sabuesos guardianes que entre más gritos y golpes lo echaron de la mesa. Los señores de fisonomías seria saltaron eufóricos viendo al muchachito golpeado, junto con los de sueños languidos que tanto se parecían a él.

Desconcertado, dubitativo se retiraba. Después de todo entendió que le negaban lo que ofrecían. Triste, dolorido, enfurecido, mareado en el zaguán de la mansión, las lágrimas empezaron a rondar su rostro, escuchaba aún los gritos jubilosos de la fiesta del consumo.

El muchachito miró por última vez la invitación, y la tiró.

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