Cultura

Los días húmedos

Una nueva edición de los cuentos de barrio, hoy a cargo del escritor Mauro Elizondo, donde ficción y realidad se entremezclan esta nueva historia de barrio.

Por Mauro Elizondo

Los días húmedos como hoy me duele el tiro en la pierna. Si, no sé porque sobreviví. Menos se porque no caí preso. Si contara a un extranjero de barrio bajo lo sucedido no me lo creería. O quizás si, quizás ellos sean los más ingenuos y creyentes de cualquier cuento que un loco se le ocurra.

Ayer estuve un rato en la plaza de Hungría y creo que no debí haber ido. Los jóvenes. Que raros son los jóvenes. No siento sus inquietudes palpitar en mis entrañas, que cambiados los tiempos y las mentes nuevas. Y a pesar de que pocos años les lleve, pareciera que décadas nos separan de lo vivido. C. un joven universitario y vago, que estudia, lee y escribe toda la semana (lo sé de buena fuente) siempre suelo cruzarlo por esos pagos. Me gusta entablar conversaciones con él. Cualquiera que no lo conozca diría que es un ignorante, pero basta cruzar unas palabras para sentir su ingenio formulando oraciones grandilocuentes que no terminan de sorprenderme. Creo que la literatura le está dañando el cerebro. Que la ficción está acechando su vida como una rara enfermedad que mes a mes consume sus hábitos y que llega un momento que ya no se puede prescindir de ella, y al mirar atrás ya no existe más que esa enfermedad a la que estará sujeto hasta el último día de su vida.

Me causa cierta gracia las palabras que dice. Cree que su vida es una novela parecida a la de Dostoievski, (a quien nombra muchas veces y dice que es su dios literario). Si, me hago el tonto. Yo también lo he leído, pero a veces callo tan solo para jugar a ver hasta dónde llegan sus conclusiones.

Cuando el humo y el vino empezaron a hacer efecto en su mente literaria, escuché que discutía con otro joven, laburante desde los diez años, por ideas políticas que siempre fueron antagónicas. C. hablaba de la conciencia de clase y J. le discutía con un discurso meritocrático que le hacía poner los pelos de punta.

Esa imagen sé que perdurará en mi memoria por algún tiempo, pero para perder las sensaciones con el correr del tiempo voy a escribirla ahora mismo y dejarme llevar por las emociones. Una plaza de luz mortecina, la misma plaza que vio crecer a estos jóvenes, paredones ingentes llenos de aerosol y nombres de finados que han pasado por esos mismos bancos que ocupábamos. Basura y esqueletos de alcohol desparramados en la conchilla llena de vidrios que pisábamos. Un silencio eterno en la madrugada. Seis pibes que no pasaban los 25 años, un poco borrachos y drogados discutiendo con lenguaje exquisito los temas que más se tocan en el país. Argumentos empíricos y llenos de riqueza haciéndome creer ahora a mi que pertenecían a la ficción.

Mire uno a uno, fisonomías morenas que solo se veían las miradas por las capuchas y viseras. Aspectos que en Argentina hacen cruzar de vereda a los fanáticos de noticieros. Historias de vida que nadie se imaginaría que puedan existir. Y ahí estaba yo, viendo a la vez la tormenta que se avecinaba y sabiendo que al otro día me dolería el tiro en la pierna.

Hacía mucho no salía una madrugada por el barrio. Y me quedé a estudiar los movimientos de la noche y porqué creía que la noche en el barrio estaba maldecida (siempre lo creí y esa noche lo confirme). Empieza con dos amigos que se cruzaron y se invitan a fumar un porro, cruzan palabras y hablan de todo un poco, de algún problema que tuvo alguien cercano, detalles minuciosos, ademanes precisos, actuaciones sin diploma, oradores del espacio y tiempo. Luego el tema se va gastando se habla de cosas superfluas, fútbol, mujeres, etc. Son las diez de la noche, uno de los jóvenes pasa por la esquina después de comer y con ganas de “ranchar”, compra un trago de alcohol y llega para compartirlo con los otros dos que celebrar un nuevo integrante para su falta de conversación. Empiezan las risas, la música que se reclamaba llega con el cuarto integrante. Pasan los vecinos y aledaños al barrio y siempre alguno de los pibes saluda. Empieza a hablarse que se puede hacer cuando caiga la madrugada, empiezan a llegar las propuestas aunque en el fondo todos saben que se quedarán allí mismo. Dos nuevos integrantes van llegando, uno en bici siempre hay y con la que se harán los mandados toda la noche. Los perros que ladran sin cesar, música que suena a lo lejos, melodías conocidas que parecen ser la esencia de la zona. Algunos pibes llegan, otros se va. Y así sucesivamente. Se hacen rejuntes, se tira a la cancha hasta el último peso. La madrugada se alarga. Siempre cae uno que está empastillado o muy alcoholizado y termina de sacar de quicio a uno. Discusiones, a veces peleas. Gritos, risas, manotazos, miradas, desconfianza esotérica, actitudes, miedos, corajes que se rebelan. El loco se va y todo pareciera volver al silencio para al instante recordar el momento entre risas y sabiendo que será una anécdota para el otro día al cruzarse a alguien que no estuvo para presenciarlo.

Si, la pierna empieza a dolerme y creo que la lluvia se avecina. La noche será larga… creo que no debí rondar está esquina nuevamente.

Me arrepiento. Creo que todo es absurdo. “Sólo viviendo absurdamente se puede romper este absurdo infinito”. Frase de Cortázar pasa por mi mente. Me quedo. Hoy viviré nuevamente.

C. se levanta, enojado por no saber ganar nunca una discusión sigue a otro amigo que lo invitó a su casa. Los tragos de licor van pasando de mano en mano amortiguando el frío. Mi lengua empieza a perder la timidez a la que acostumbra. Me decido; me voy a dormir.

Despierto al otro día con dolores sutiles de cabeza, la habitación vacía y voces en el comedor de la familia. Sí, hablaban entre lamentos de otro muerto. Me levanto y así descalzo salgo rápido hacia allí. Crucé el patio, creo que hasta las nubes me miraron, entré y pregunté la nueva. C. había muerto esa madrugada, a C. lo mataron en el barrio y nadie sabía bien por qué. Claro, siempre es cuestión de tiempo para que “salte la ficha”. Lágrimas no se deciden a salir de mis ojos. Aún no caigo pero si lo confirmo, las madrugadas están maldecidas, pienso mientras en ese mediodía húmedo me duele el tiro en la pierna.

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