Cultura

Aguafuertes Villeras: “La Villa Hollywood”

Gabriel Sánchez, poeta y narrador, nos brinda un texto realista de experiencias marginales. Recuerdos de la niñez y escenarios del conurbano profundo.

Por Gabriel Sánchez,

“La Villa Hollywood”

Era un viejo fiat 1500 azul desteñido que traqueteaba en la noche, las luces del camino parecían cañerías oxidadas que tosían esa luz amarilla opaca sobre el asfalto. Mientras el viejo fiat se iba hundiendo en su viaje, las luces del camino empezaban a escasear. Aparecían cada 100 metros, después cada 200 y al final cada 400. Era una clara señal que se iba abandonando la zona protegida y civilizada de la sociedad.

Mi viejo manteniendo la vista fija en el camino, le dice a mi joven yo de 10 años:

-Es grande el patio de la casa.

El auto empieza a bajar la marcha, el asfalto estaba llegando a su final y empezaban los caminos de tierra, que solamente eran iluminados por esos débiles foquitos de luz que estaban delante de esas casas de madera. Yo tenía que enfocar la vista para poder distinguir dónde terminaba una casa y empezaba otra, pequeñas casas, con extrañas formas irregulares de madera y techos negros.

De repente el fiat se detiene en una de esas casas, mi viejo se baja y de un salto abre un alambrado que funcionaba como portón. Yo solamente podía distinguir una puerta desvencijada de madera que era iluminada por un foquito titilante, la puerta estaba cerrada con un candado y cadena. Mi viejo abre la puerta y prende una luz dentro de la casita, baja los colchones que estaban atados arriba del fiat y los mete adentro, los acomoda en el piso y mis hermanos, mi vieja y yo nos acomodamos en un par de colchones en el piso, se apaga la luz y yo me duermo completamente en shock.

Al día siguiente, cuando me desperté, el sol pegaba por los espacios que había entre madera y madera, la luz rebotaba entre los bordes e iluminaba toda la casa, salgo por esa misma puerta desvencijada y mis viejos estaban tomando mate, yo parpadeando varias veces para distinguir donde estábamos, balbuceo algo del baño y me señalan una puertita y me dicen que me lave la mano en el balde que estaba adentro del baño.

La palabra balde detonó algo en mi cabeza y al fin, pude fijar la mirada a mi alrededor. Puse el píe en el pasto y empecé a caminar por el patio mirando a mi alrededor y en ese momento, pude distinguir esas extrañas formas que vi la noche anterior, casas de madera con techos de cartón y bolsas.

“Ese balde que está en el baño, es sólo para lavarse las manos, porque es agua de pozo”, dice mi vieja y señala un rectángulo de madera en la tierra. Me acerqué y el sol pegaba en un hueco en el suelo que tenía en el fondo un balde y una soga flotando en el agua.

Yo me quedé abstraído mirando el balde hacer vaivenes sobre el agua. Y ahí, mi viejo dice: “Esa agua no es para tomar, tenemos que ir a buscar a una canilla que está allá”, y señala algún lugar en el horizonte. Después sigue: “Si tenés sed toma de esos baldes que están ahí”. Y apunta a dos baldes que estaban delante de ellos.

-¿Dónde estamos?- pregunté.

-Villa Hollywood- contestó mi viejo.

-¿Villa qué…?

 

***

 

Muchos años después, la vida me volvía a depositar en una villa, esta vez en la más importante del país, la Villa 31 de Retiro. Había cierta ironía en tener que volver a una villa después de salir huyendo de otra en Misiones.Y también ciertos mecanismos melancólicos se encendieron cuando salió la oportunidad de estos talleres de periodismo en la 31.

Nada de lo qué había por esas angostas calles me recordaba a mi viejo barrio, no había pequeñas casas de madera, ni techo de cartón, era una ciudad semiautónoma con sus normas, su vida y sus aromas y su economía. Sin embargo, lo que más me llamó la atención era la nueva capa de carencias que había descubierto. Esas historias que había escuchado, conectando cables en la casa de la cultura, o tomando cerveza en los bares o fumando en la esquina, era una carencia desconocida para mí, hasta mis amigos de la villa en Misiones eran igual de pobres que yo.

Era normal en esas reuniones escuchar historias de cómo alguien robó su primer pedazo de carne y se hizo su primer asado y como el recuerdo todavía le quemaba la mano. O cómo alguien todavía recuerda su primer juguete encontrado en el basural mientras revisaba con su hermana. O Podías estar sentado en un bar y alguien te decía: “El que está sentado ahí es el Willy TL, músico de rap, sobrevivió a 35 puñaladas”. Y después, el Willy TL saltaba de su silla y se ponía a rapear y todo el bar enloquecía, una cosa fabulosa.

Mientras me arrastraba a mi casa algo borracho, pensaba en mi primer asado, o mi primer juguete y no encontraba nada en mi memoria. Es más, tenía que escarbar en mis recuerdos para recordar las calles de la villa o mi casa ¿O dónde quedaba la canilla pública? Así funciona el desarraigo ¡Qué bella palabra desarraigo! perder un poco la memoria, las raíces, la identidad.

Recuerdo una reunión de periodistas villeros en la 31, estábamos discutiendo los talleres y suena mi celular y era un amigo que me estaba esperando en un bar. “Estoy por terminar unas cosas en la Villa 31 y arrancó para allá”, y corté el teléfono. Cuando termina la reunión se acerca una compañera y con la voz más dulce que había escuchado me dice: “El barrio se llama Padre Carlos Mugica, desde estos lugares de militancia estamos tratando de impulsar…”, me mira, se ríe y sigue: “Esta bien que la gente del barrio le llamen villa, pero los de afuera no tanto”. Le digo que tiene razón. Le doy un abrazo y pienso: “¡Ojalá mi villa hubiera tenido un número!”.

No es suficiente con las carencias de una villa, también tiene que tener un nombre que lo señale, que lo resalté en medio del territorio.

***

A las semanas de llegar a la villa me invitan al cumpleaños de un amigo de la primaria, mi viejo no podía pasar a buscarme y el papá de mi amigo se ofrece a llevarme. Yo había planeado el viaje cuidadosamente para que el camino fuera por las calles mejores iluminadas y en lo posible con asfalto. El viejo de mi amigo tenía un hermoso Citroen  2cv, brillante, todo pulido, como cuidaba esa mierda el viejo. Mientras nos íbamos alejando de las zonas transitadas, me mira por el retrovisor y me dice: “¿Tiene algún nombre el barrio o sólo es chacra 96?”

No podía mentir, en cualquier momento frenaba y le preguntaba a alguien en la calle.

-Sí, Villa Hollywood-, le respondí.

-Está re bueno el nombre-, dice el viejo y se ríe. Era portero de primaria, sabía lidiar con niños en estado de pánico. Espera unos segundos y me pregunta: “¿Hay mucha gente humilde en tu barrio?” Me encojo de hombros y le digo: “Creo que sí”.

Estábamos a dos cuadras, el viaje había sido placentero, en ese momento entendí por qué amaba ese auto y lo cuidaba tanto, era como viajar en una jodida nube. Cuando tenía clavada la cabeza en el espejo señalando el camino, desde el rincón de una esquina oscura se levanta una sombra, era como ver el pomberito, pero un poco más alto. En ese momento se clava el Citroen y los dos entramos en pánico, me mira con una mezcla de tristeza y piedad y me pregunta: “¿Estás seguro que vivís a dos cuadras?”. Lo miró fijo y asiento con la cabeza.

Me bajo del auto. Y el viejo gira en U y se pierde en la noche, ahí me di cuenta que el motor estaba igual de cuidado que el exterior. Alcé la vista, y ahí estaba, un morocho de rulos, el cabello le llegaba hasta los hombros, tenía una musculosa rota y unas bermudas. Cuando la calle estaba vacía y no me queda otra que cruzar y pasar por al lado de él, matonea el bolsillo y sacá lo que años después supe que era un porro.

-¿Vos sos él que se mudo enfrente de la cancha?-, me pregunta.

Mis piernas empiezan a temblar, no podía mentir, no conocía tanto. Me quedó firme sin moverme.

-Sí-, le confesé mirando al suelo aterrado.

-¿Sabes por qué se llama Villa Hollywood?- me pregunta.

Lo miro a los ojos y le digo que no.

Le da una seca al porro y sin quitarme la vista de encima se da una caricia libidinosa en la cintura y levanta la muscula y ahí pude ver la culata de esa vieja 22.

-Se llama Villa Hollywood porque acá vivimos las estrellas-,  me dice. Se baja la remera y se va caminando lento con la risa más tenebrosa que escuche.

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